Rosa Mena Valenzuela

Una de las principales exponentes del expresionismo en nuestro país, su práctica híbrida entre el dibujo y la pintura se constituye como un elemento único en la pintura salvadoreña.


A Rosa Mena Valenzuela podemos dar el crédito de romper con la pintura de caballete y combinar la práctica de la pintura, alejándose del óleo como medio e introduciendo el grafito, los pasteles, lápices de color, pinturas industriales y hasta maquillaje en sus obras. Además de utilizar todos estos materiales como medio pictórico, hace uso de materiales industriales como retazos de telas, pinturas, hilos y papeles como soporte. Como artista ha participado en numerosas exhibiciones dentro y fuera de El Salvador. Así mismo, ha recibido premios nacionales e internacionales.

Algunas características en la producción de la artista lo son la combinación de trazos realizados con diversos materiales como trozos de cosas de la vida cotidiana que se fueron haciendo más notorios y reconocibles al final de su carrera.

Esta manifestación podemos observarla en un autorretrato realizado por la artista, haciendo uso casi exclusivo de unas tijeras. Ella recortó parte de las páginas de un mapamundi, seleccionó las piezas y con ellas hizo una aproximación de su propio rostro. En el autorretrato destacan dos enormes óvalos que forman un par de anteojos y que descansan sobre una prominente nariz que acostumbraba sus retratos.

Por medio de obras como “La Bailarina de Follies Bergeres” continuó transformando su lenguaje e impulsando el horizonte plástico salvadoreño, recreando personajes con pocos trazos, pero con una vitalidad y composición de marañas de líneas que se entrecruzan y que dan la sensación de acción y urgencia.

Además, dentro de obras como esta nos muestra uno de sus descubrimientos más importantes. En estos rostros típicos de los retratos de Valenzuela, por medio de una línea entrecortada divide los rostros por la mitad para así crear la ilusión de movimiento y presenta al o la modelo de frente y perfil a la vez.

La agresividad lineal también favoreció muchas otras de sus obras. Con la obra “Icono” realizada en 1966 explora diversos tipos de soporte y a la vez actualiza el tema religioso que venía retomando en sus piezas. En esta obra la artista utiliza una superficie plateada para evocar los antiguos íconos bizantinos, y a su vez hace uso de materiales domésticos para situarla en el presente.

Con los años se volvió más importante para la artista el poder evidenciar su proceso. Es así como por medio de materiales sueltos, tales como hilos, fragmentos de revista y papel construye y deja huella de su producción.

Sus importantes y vanguardistas experimentos fueron en esos precisos momentos en que la artista, con una ambición hacia lo tridimensional, busca proyectar tímidamente la obra hacia el espacio del espectador.

Su carrera artística la podemos definir y observar en dos modalidades, su singular técnica mixta y su increíble uso del color y la línea, técnicas con las cuales produjo obras que exploraban temas religiosos como: pasajes de la vida de Cristo o escenas religiosas, así como también sus sensacionales autorretratos y otros temas de la cultura universal.

Su obra nos ha mostrado un enorme potencial creativo que no se vio interrumpido por los cánones artísticos de la época y que contrario a lo que uno pensaría, impulsó su genialidad. Gracias a eso se nos permitió disfrutar de una gran artista llamada Rosa Mena Valenzuela.