El Jardín Descubierto
Krisma Mancía
Soy como tú, digo
desde la rama de un árbol de fuego.
La bondad gime bajo la hiedra
y el olor de hierba se desliza por los rincones del jardín.
Abres con lentitud cada pétalo
hasta hacer sonrojar y sudar
al más degenerado drogadicto de Katmandú.
Toco con mi lengua de mariposa tus largos pistilos
hasta colmar mi nariz de polen
y sumerjo tu talle en los jarrones de cuello alto hasta
/ hacer derramar
la última gota de agua dulce que los marineros desean.
Brillas junto a millares de luces de todos los colores
y eres perfecta. Floreces
escondida dentro de mi sangre
como hachís en medio de los girasoles del Líbano.
Soy como tú.
No soporto la presencia fría del mundo
y sus crueles ausencias.
Me destruye el vértigo que producen las máquinas.
La vida ordinaria pasa subida en un monstruoso tren
y yo me quedo. Me niego abordar ese vértigo horizontal.
Tal vez, porque a esta hora del día,
soy el ser más feliz en la faz de la tierra.
Me detengo a oler tu fragancia,
aferrándome ciegamente a la orilla de la vida.
Soy como tú, te digo,
y tomo el pincel como una varita mágica
y sujeto tu cintura con un alfiler
y te humedezco en el elixir de la felicidad
y te encierro dentro de mis ojos
en ese trance maravilloso
de pasar del amarillo al rojo,
de saltar del reino animal al vegetal,
de resumir la belleza más simple
en el lienzo de la tarde.
Soy como tú. Florezco
y te busco. Te busco y floreces.
Si alguien pudiera verme por dentro
descubriría un jardín.