Cumpleaños
Laura Zavaleta
Una nunca sabe qué vendrá después del juego.
Los regaños, las tardes sin salir,
el ruido de los helicópteros, el interrogatorio.
No se sabe, pero siempre depende
de algún desempeño, de palabras dichas
de reglas impuestas. Lo hablado es lo entendido,
lo que se espera de nosotras.
Aquella tarde la casa se llenó de flores,
la gente, afuera, se abastecía, las amigas corrían
retrasando el toque de queda.
Cuando mi hermana esté mayor entenderá las flores
y el 89 será una minúscula historia que cada quien guarda
/ en la caja de fósforos.
Yo guardo en mi caja
a mi madre, omnipresente desde entonces,
fuera de la economía, en otro lugar, con un cuerpo
distinto, más dispuesto a parir,
con una falda, no negra, tal vez azul
y las flores que le enviaron sus excompañeros se
/ marchitarán.
Y mi hermana pequeña, el plato servido y la pulcritud
/ de la sala
tendrán décadas de permanencia.
Y mi madre en el hogar tan cerca de las llamas,
jardín extendido hasta mis pies de ahora
como aquel ruido de pasos en las noches
como aquel ruido de ojos.
Lo que pasó en el 89 tenía el mecanismo de una araña
¿Recuerdas, madre, aquella noche? Éramos tres o cuatro
/ después de la aventura:
nos habíamos saltado algunos muros,
habíamos corrido, éramos amazonas.
Y la casa no estaba repleta de aquellas flores, pero así
/ se sentía.
Los noticieros sí nos llenaban de palabras
obsesas de redundancia,
hasta que la luz se fue y entonces se prendió
aquel sistema que mi papá hizo con una batería de carro.
Y parecía que nuestra casa tenía más fuego
que todas las casas. Entonces nos sentamos,
y había una conversación que yo entendía a medias.
En el jardín escuchaba, acurrucada,
en el jardín, dormida, cerca de las raíces.
La fotografía, mami, la pintura
te traspasa con sus ocho manos,
con sus ocho pies
con su madre e hijas
dibujadas,
escritas,
expectantes.