Casa profunda
Mario Zetino
—Por Nidos, de Lula Mena
I
Por este nido
de mi tamaño
que he encontrado colgando en este bosque
en el tiempo de los sueños,
yo reclamo la verdad de esto
y el derecho a volver a este lugar
en el que no hay tiempo,
en el que entro y me abandono a ser mecido
por una brisa tan real como la infancia
y a no tener,
por el instante infinito
de este vuelo con los ojos cerrados,
ni pasado
ni nombre.
II
Cuando mecemos a otro
—una madre a su hijo,
un amado en nuestro abrazo—,
estamos haciendo algo
que aprendimos de la brisa.
Porque sólo la brisa sabe mecer a un ser viviente,
porque sólo la brisa sabe tocar recibir volverse casa
para los viajeros más cansados.
III
Debemos entrar al sueño.
—Alexandra Lytton Regalado
Debemos entrar al sueño.
¿En qué otro sitio recuperaremos
la corona de oro que unas manos
cuyo rostro no vimos
nos quitaron un instante antes
de nuestro nacimiento?
Debemos entrar al sueño.
Debemos quedarnos
lo suficiente
para escuchar esas palabras que tanto hemos buscado.
Para ver resplandecer,
en el cielo
o entre nuestras propias manos,
esa señal.
Debemos entrar,
debemos volver,
debemos decir al cruzar esas puertas
altas como montañas:
“Aquí estoy.
Reclamo lo que es mío”.
Y veremos venir por el camino
a esa persona vestida de blanco,
y esta vez sí, aquí está, su rostro, nítido,
y reconocemos perfectamente esas manos,
que nos coronan
tras una jornada larga como la tierra
y nos dicen con nuestra voz al abrazarnos con
/ nuestro abrazo:
“Llegás a tiempo para la cena.
Te he estado esperando”.