La Bestia del Amor
Vladimir Amaya
En un largo sueño alguien nos pintaba.
No lo recordaré hasta que suceda, amor.
Un sueño lento era,
como una bestia que despacio abre sus ojos
al despuntar el alba de su último día,
y en la luz de ese sueño
mi brazo se posaba en tu cintura,
y nos separaba un muro
que nos volvía un solo cuerpo.
Años fueron pequeñas piedras
lanzadas a una fuente para preñarla de ondas;
porque al besarte, amor, abría el corazón del tiempo.
Tu cuerpo era la luz
y tus ojos el alma de la pradera.
Yo te decía cosas al oído
y te quedabas pensativa.
El sueño era quizá
alguna otra vida
por vertiginoso:
como bestia herida temblaba y rumiaba en la historia.
Y había unas flores blancas cerca de nosotros,
y de pronto una llaga en tu mano
con la forma de un pequeño país que sería, muy parecido
/ a una lágrima.
Flores blancas a tu lado,
y tu cara blanca era amarilla, era roja, era canela.
Tus ojos café eran grises, verdes, azules, eran negros.
Y olía a sangre y gotas de sangre llovía.
1833. Gritos en el agua,
cenizas en la lluvia.
Un hombre coronado, ahorcado de un árbol, amor, frente
/ a nosotros,
y yo te abrazaba
bajo los arcos del frío y del hambre.
“No pasa nada”, te dije,
“Recuerdas la luz? ¿Recuerdas la pradera?
Yo tendré un sueño donde alguien va a pintarnos”.
Y en tu cerrar de ojos:
una procesión de estrellas,
un aroma herido.
1840, amor,
la orfandad de nuestro cielo empieza afuera de tus
/ brazos.
Un pueblo ciego dice ver por sí mismo,
dice ver y no tiene lengua para decirlo.
“No me dejes”, me dices, “no me dejes”,
“no nos marchemos todavía”, me pides.
Y en mi silencio de cielos cuajados:
una sucesión de extrañas sombras,
una huella de lodo en los sagrarios.
Y la llaga de tu mano: más grande,
más larga esa lágrima parecida a un país todavía
/ adormitado.
Me abrazabas, amor,
en medio de hombres
que marchaban a la guerra enfermos de diarrea y de
/ tuberculosis.
Entre viruelas, amor,
no dejé de abrazarte,
y morí de tisis
en la pintura de mi sueño,
y te dije: “no me voy porque en ti he quedado”,
te lo decía al oído
y te quedabas pensativa.
Y en ese quedarse quieto de tus labios:
una aglomeración de luces,
un ritmo distinguido y a la vez pobre.
1880, amor, los trenes a nuestro alrededor con su
/ gramática de humo,
Los fuegos increíbles dentro del cuadro.
Un rostro que se formaba en tu llaga y ya estaba
/ desfigurado.
Y me decías: “mi padre no te quiere”,
“no me busques en los bailes”,
“Amor”, (te respondía en el sueño y hablaba dormido):
“Mis manos en la sangre, en tu corazón y en el arado.
Y al lado de este muro que nos separa,
te siento más a mi lado y soy más tuyo”.
Y en tu rostro sonrojado:
una saturación de nubes a lo lejos,
un eco ensordecedor del cielo
que estaba pariendo un siglo:
1913, amor,
y en medio de la orquesta
te sujetabas a mí, horrorizada:
“Mataron al presidente”, me dijiste.
Barullos y disparos,
gente que no dejaba de gritar,
de correr
porque también eran los malditos temblores de un volcán
/ despierto en Corpus Christi.
1917, amor, y aquel muro desplomado entre nosotros,
las flores desperdigadas a medio camino.
Bajo la noche derrumbada:
nuestros cadáveres en un solo abrazo.
Y en esa fiebre de perros asustados y de quietud de
/ grillos:
fueron voces, escándalos, disparos.
Yo te tomaba con más fuerza de la cintura.
Frente a nosotros
era una protesta en la calle.
1922, amor,
mujeres en un rincón con la voz quebrada,
litros y litros de sangre llenando la pintura;
y al sur de la capital: niños ahogados por la venganza de
/ un río mata-hombres.
Y en la última casa arrasada
yo te abrazaba,
y te decía al oído:
“Amor, dejará de llover”,
“todo estará bien, cariño”,
y te quedabas pensativa.
Entonces una marea de bruma llegó a mojar de silencio
/ nuestras gargantas.
Entonces el olor a sangre y a café se entremezclaban en
/ el aire con más rabia.
“No me abandones”, “no me sueltes”, te pedía.
Afuera de nosotros,
era un amanecer tras otro en desbandada,
todo envejecía, menos tu mirada y las blancas flores a
/ nuestro lado.
1932, amor, nadie puede verte. Nadie puede
/ encontrarme,
por tus rasgos de antiguo perfil y por mi lengua que está
/ proscrita.
Y una voz aguardentosa, salida de lo oscuro, nos decía:
“Ustedes, la pareja en el muro, no se muevan”.
Y vimos a tres hombres fusilados, amor, en las hojas de
/ un maquilishuat a inicios de febrero.
Entonces una ráfaga de niebla llenó nuestros costados.
Amor, 1944, y casi abría los ojos de ese sueño, cuando te
/ escuché decir:
“No me sueltes”,
“sígueme abrazando”.
Y amor, en el sueño brillaba otra luz,
era otro cielo el que por tu piel caminaba.
Yo te abrazaba y tú me decías en medio de aquella
/ marcha de gente y de su algarabía:
“Sí, tus brazos caídos, mi amor,
caídos para el tirano y lo venenoso de la hiedra,
pero jamás,
pero nunca para este abrazo”.
Y en mi temblar de asombros y pesares:
una congregación de esperanzas,
un aroma reconfortado.
1950, amor,
y la llaga en tu mano:
mientras más limpia más dolorosa,
y vivíamos en un país sonriente
y éramos una lágrima
llena de gusanos y de polillas.
Todo era un espejismo aquel cuadro de mi sueño:
“Va a cambiar la vida”, te dije,
“Recordarás la luz. Recuperaremos la pradera.
Estarás en mi sueño
y te quedarás pensativa cuando te diga cosas al oído.
Voy a tener ese sueño y alguien va pintarnos”.
Y en tu sonrisa ofrecida como pan:
una acumulación de tibios colores;
una sinfonía interrumpida.
1965, amor, lleno de discursos, de claroscuros,
de luciérnagas apagadas,
de ilusiones fundidas en el cielo.
Y me sujetaba más fuerte a tu cintura
mientras a nuestro lado
huían los mismos desterrados,
los mismos perseguidos,
los mismos vapuleados.
Y fueron más catástrofes abriéndose paso entre
/ nosotros,
estábamos siempre en medio de una guerra,
de un circo de esclavos, de un funeral en el infierno.
1975, amor, y en mi sueño
todo se había vuelto gris,
menos tú y las flores blancas a nuestro lado.
La calle y la ciudad habían crecido
como su odio,
era una fruta podrida quemando con su leche oscura
/ nuestros labios.
¿A dónde la pradera? ¿A dónde la luz?, me decías,
“Hay que hacer algo”, me reclamabas.
Y fueron los comandos,
la clandestinidad por un mañana sin cadenas.
Ladraba la pólvora sin haber cambiado su destino.
(A lo largo del sueño la habíamos visto engordar, cual
/ piojera, en tu llaga.)
1980, amor, como perro rabioso frente a nuestras
/ narices;
y al abrazarnos
nos abrazábamos a un fusil
y a las cartas para nuestros padres y hermanas.
Aterrorizado te dije: “mataron a un santo”.
Telas de escapularios rotos,
Mi sueño -agridulce sinfonía
en los 4 puntos cardinales.
Y amor,
yo te tuve entre mis brazos
cuando una bala
hizo madriguera de tu pecho
y te dieron por desaparecida 3, 9, 27 años.
Sin imaginar que te había enterrado
bajo aquel muro de nuestro abrazo, bajo aquellas
/ flores blancas.
Sumergidos en la bruma
y en el óleo de mi sueño
lo veíamos todo, arcángel mío:
días como lágrimas en esta tierra.
1982 llegó montado en un río de cadáveres y sangre
/ podrida,
Frente a nosotros transitaba ese río lleno de muertos.
«No lo mires”, te decía,
“cierra los ojos, amor”, te suplicaba.
Y en tu llorar de palabras
emergian ofensivas y traiciones;
Y 1992, amor, firmaba su acta
con deudas de desaparecidos, mutilados, excluidos,
con esos mismos migrantes que habíamos visto
Marcharse a Honduras, a Belice, a Panamá hacía apenas
/ unos minutos.
Y quedaban los mismos, querida mía,
los nuevos miserables quedaban:
Huelepegas, drogadictos, narcos, pandilleros, políticos
/ de una camada maldita.
Viles comerciantes de la vida y de billetes
sembraban maquilas, hacían cárceles;
Tantas llagas en la llaga de tu mano, amor.
Muchas más catástrofes abriéndose paso entre nosotros.
Tanto vacío de mi sueño donde alguien nos pintaba.
Y en un crujir de árboles,
en un licuar de pájaros y tierra,
alguien dijo desde el fondo de 1986:
“Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal”
y era 2001 que en un alud se nos venía encima.
2002 y sus cabezas colgantes, amor mío,
había amanecido en el atardecer de nuestro
/ cuadro.
Y en un barajar de soles:
Una desfile de hormigas sobre las tripas destripadas de
/ un animal muerto.
Tú y yo abrazados,
escuchando lamentos y desesperadas oraciones
en medio de las llamas
de un autobús repleto de pasajeros.
Y una voz aguardentosa, salida de lo oscuro, nos decía:
“Ustedes, la pareja en el muro, no se muevan, va,
/ estamos, va;
la bicha se viene con los hommies
y al morro quiébrenle el culo”.
Y en un enjambre de muertos y de balas
tú y yo divididos en los barrios, amor.
Abrazados que no podíamos advertirnos.
Tan juntos que no podíamos evitar aborrecernos.
Porque en mi sueño te vi tatuada con dos letras sombrías
y yo estaba marcado por dos números sanguinarios.
Era el inicio de una centuria
y ese era el fin de mi sueño.
Amor, no voy a recordarlo hasta que suceda.
Porque esta pintura es todo el sueño que tenemos ahora.
Tú y yo,
las flores blancas,
tu mano sana y limpia,
el pequeño muro que nos vuelve un solo cuerpo;
un paisaje que no es ningún lugar de este mundo.
Una estampa religiosa de los sin fe
sin más fe que la esperanza en lo perdido;
enamorados que pierden al amor poco a poco.
Esa pintura será un sitio
sin fecha ni título en los museos:
único lugar del tiempo
al que pertenecemos para siempre.