Un recordatorio del misterio
Mario Zetino
Vengo al MARTE para ver
su nueva exposición permanente:
arte contemporáneo salvadoreño.
Y lo que siento
al entrar a la gran sala
es angustia.
Me siento como Leeloo, la personificación de la divinidad en El quinto elemento, cuando se pone a absorber el contenido de una enciclopedia ilustrada para conocer más a la humanidad, y, al llegar a la palabra guerra, ve el siglo XX: las dos guerras mundiales, la bomba atómica, Vietnam; supongo que las dictaduras de Latinoamérica, supongo que la guerra de El Salvador… Ella colapsa, se enferma de tristeza, y la vida del universo que ella representa queda en riesgo de morir. Algo como ella me siento cuando entro a esta sala.
Pues lo que se presenta ante mis ojos
es un espejo de la destrucción,
del sinsentido.
Hay testimonios conmovedores de esa guerra que nos
/ tocó
y palabras e imágenes de este tiempo de asombro e
/ incertidumbre;
pero también, pero también,
tanto que no comprendo y me repele.
Hay ruido,
ruido,
ruido
de voces confundidas que se escucha desde el vestíbulo
y hace pensar en lo que Dante y Virgilio habrán escuchado
al acercarse a las enormes puertas.
Eso siento yo aquí.
Pierdo mi centro y mis raíces.
Mi sensación de ser un ser que pertenece a esta tierra
y que puede sonreír.
¿Esto somos?
Vamos, yo sé bien
que el arte es un espejo y que si yo veo esto
es porque de algún modo esto está en mí,
vive en mí. Y sin embargo,
aquí pierdo mis palabras, e intento
recordarme, recordarme que respiro,
que estoy vivo y tengo sueños,
que creo en el amor, en la belleza y en lo noble.
Y en medio de este caos y aire denso y locura,
llego ante tu encendedor con sangre, amigo Ernesto,
y
—esto ya es demasiado, todo esto me rebasa—
yo dejo de pelearme con si es arte o no es arte.
Somos tan sólo gente que está dando sus ideas,
y si a través de tu idea no puedo verte, Ernesto,
entonces la guerra en medio de la que nací
también la causé yo.
No me interesa tener razón esta vez,
ni ninguna otra vez ya.
Somos
y eso me basta.
Porque llega el instante en que lo puramente humano,
esa cosa indefinible detrás y más allá
de todo signo y símbolo y acto y pensamiento,
se hace presente aquí, debe hacerse presente,
si aspiramos a la reconciliación o a respirar por una sola
/ vez en nuestras vidas
en paz,
respirar en paz
contigo que me lees, seas quien seas,
y conmigo.
Muy pocas cosas de tu arte las entiendo o siquiera alcanzo
/ a sentirlas,
querido amigo Ernesto,
pero si esta exposición y esta pieza y encontrarte aquí
/ han sido para que yo alcance a
pensar y a decir esto, para que alcance a darme cuenta
de que estamos vivos y de que sólo eso ya es un prodigio,
y un prodigio mucho mayor con este mundo en caos y con
/ el cuchillo al cuello el pobre,
el pobre mundo, el pobre mundo que es cada uno de
/ nosotros;
si esta exposición y esta pieza tuya aquí y encontrarte de
/ nuevo,
después de años,
sentado frente a la máquina de escribir en la que yo había
/ estado escribiendo poemas todo
un domingo;
si todo eso ha sido para que yo piense y diga y
entienda
un grano de arena de todo esto,
perfecto, mi querido amigo Ernesto.
Totalmente perfecto.
Yo, con todo lo que puedo,
acepto el misterio.
Aquí estamos sin fin.
Marzo 2018